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Tradiciones Folklore y Valores de Venezuela
Aborígenes
La
historia cultural de los aborígenes que ocuparon el
territorio venezolano durante la época prehispánica, está basada en
la reconstrucción arqueológica. Hubo migraciones desde el
continente asiático que
penetraron en el Nuevo Mundo por el estrecho de Behring y
llegaron hasta Alaska, dirigiéndose luego al E y al S,
hacia las llanuras centrales de Norteamérica. De ahí se
dispersaron a México, Centroamérica y Suramérica, y se ha
podido establecer que las primeras poblaciones que ocuparon
el territorio venezolano datan de la época paleoindia,
15.000 años a. C. En un clima frío y templado, los aborígenes
paleoindios subsistieron de la cacería de enormes mamíferos
y de la recolección de frutos silvestres. Los paleoindios
habitaban en cuevas o en campamentos no permanentes y sus
instrumentos eran de hueso y piedra. Puntas de proyectil
lanceoladas, artefactos cortantes o lascas obtenidas al
golpear trozos de cuarcita, raspadores, hojas bifaciales
usadas como hachas y hojas con pedúnculo, han sido
encontrados en los principales yacimientos de esa época:
Muaco y Taima-Taima y El Jobo en el estado Falcón,
Manzanillo en la península de la Guajira y Rancho Peludo en
el río Guasare al NO de Maracaibo. En esos yacimientos el
material arqueológico ha aparecido conjuntamente con los
restos de osamentas de mastodontes y megaterios y la
determinación de las fechas ha sido posible gracias al
radiocarbono. La época paleoindia terminó cuando se
modificaron las condiciones del clima alrededor de 5.000 años
a. C. A partir de ese momento, la temperatura se volvió cálida,
se fueron extinguiendo hasta desaparecer los enormes
mamíferos que servían de fuente de alimentación a los
paleoindios y tuvo su inicio la época mesoindia. La
subsistencia de los mesoindios dependió entonces de la
pesca y de la explotación de recursos del ecosistema del
manglar. Restos de esta época son los concheros o depósitos
de desperdicios de comida de los estados Falcón y Sucre.
Conchas, restos de equinodermos y huesos de animales han
sido encontrados en esos yacimientos, conjuntamente con
puntas óseas que fueron utilizadas como anzuelos o flechas,
y con puntas de proyectil, raspadores o gubias hechos con
conchas. Los mesoindios eran expertos navegantes, construían
embarcaciones con las que recorrían las costas y las islas
vecinas. La recolección de plantas silvestres y la práctica
de una agricultura incipiente complementaban la dieta
de esa época. En el año 1000 a. C. el clima era similar al
actual y los aborígenes comenzaron a practicar una
agricultura intensiva y a fabricar cerámica
iniciándose así
la época neoindia. Ésta terminó alrededor de 1500 con la
Conquista. Si bien para ese entonces persistían en el
territorio núcleos de población paleoindia y mesoindia, la
mayor parte de los aborígenes neoindios cultivaban especies
comestibles. Los asentamientos humanos fueron más
estables y además
de la cerámica de uso práctico, fabricaron
instrumentos líticos pulidos y objetos ceremoniales. Los
neoindios dieron origen a una dicotomía cultural basada en
el cultivo del maíz en occidente y de la yuca
en oriente. La cerámica
occidental estuvo caracterizada por vasijas multípodas
y bases anulares altas, incisiones sin modelado y pintura
negra sobre blanco. Los diseños fueron hechos con líneas
gruesas. Metates y manos de moler para pilar el maíz,
mintoyes y urnas acompañadas de objetos votivos y
ceremoniales tales como figurinas de barro, incensarios y
amuletos, sugieren un desarrollo cultural específico para
el occidente. En contraste, en el oriente del país han sido
encontrados budares para la preparación del casabe de yuca
amarga, y una cerámica de bases anulares simples, boles abiertos, bordes de pestaña,
asas acintadas e incisiones pintadas en blanco sobre rojo.
Los hallazgos neoindios sugieren que el maíz y la yuca
fueron fuentes básicas
de alimentación en occidente y en oriente
respectivamente, y que alrededor de ambos cultivos se
formaron 2 centros extremos de desarrollo cultural, mientras
que en el centro del país hubo una zona de transición en
la que coincidieron rasgos occidentales y orientales. Con el
contacto europeo a partir del 1500 se inició la época
indohispana la cual aún perdura. Comenzó así el registro
en crónicas y otras fuentes etnohistóricas de las
poblaciones aborígenes que encontraban a su paso los
colonizadores europeos y la consecuente identificación de
los diferentes grupos indígenas. Durante la conquista, las
poblaciones aborígenes que habitaban el territorio
venezolano, pertenecían en su mayor parte a los grupos
caribe y arawak. Los caribes estaban localizados en la
costa, entre Paria y Borburata y en los alrededores del lago
de Maracaibo; también ocuparon las islas vecinas al N de la
isla de Trinidad y las márgenes
del Orinoco y sus afluentes. Los caribes eran temidos
por su destreza en la guerra, por la práctica
del canibalismo y por el comercio de esclavos. Los
arawak estaban localizados en el golfo de Paria y se
concentraban desde el S del delta del Orinoco, hasta la
desembocadura del Amazonas. Estos indígenas conocidos por
su mansedumbre y docilidad con los conquistadores españoles,
fueron aguerridos enemigos de los caribes: «…los aruacas
[arawak] es gente muy amiga de los cristianos y de otros
indios siempre que no coman carne humana, y son enemigos
mortales de otros indios que se llaman caribes, y los
odian…» Los arawak tenían sus asentamientos en las
riberas de los ríos. «…Dicen que vinieron de donde sale
el sol en unos navíos y costearon aquella costa, y porque
hallaron aquellos ríos tan fértiles (...) se metieron en
ellos e hicieron amistad con los caribes que los poseían.
Que viendo las costumbres de los caribes que eran malos y
comían a otros indios, se alzaron contra ellos y en grandes
guerras los echaron de los dichos ríos, y se quedaron ellos
como posesores y poblados en ellos», escribía Rodrigo de
Navarrete en 1750.
Otros
grupos aborígenes que también ocupaban el territorio
venezolano cuando se produjo la conquista fueron, entre
otros, los sálivas, los
maipures, los guamos, los otomacos, los guahíbos, los
yaruros y los guaraúnos. Las lenguas de estas poblaciones,
junto a las caribe y arawak, fueron identificadas por Felipe
Salvador Gilij en 1780-1784, como matrices de la región
orinoquense. José Gumilla en 1741 se refirió a estos indígenas
destacando sus rasgos etnográficos.
Así, los sálivas, localizados en el Orinoco medio entre los ríos Sinaruco y
Guaviare, creían que eran hijos de la tierra y que un
enviado del cielo venció y mató una serpiente horrible que
devoraba seres humanos. Ellos contaban que de las entrañas
corrompidas de este animal surgieron gusanos que se fueron
convirtiendo en caribes «bravos, inhumanos y crueles».
Fueron perseguidos y esclavizados por caribes y españoles
hasta su extinción definitiva. Los maipures: localizados en
los alrededores de Cabruta, se destacaban por «…la
afabilidad y amorosidad con que tratan a los extranjeros. De
aquí el amor que les tienen todos los europeos que los
conocen». A comienzos del siglo XIX, los maipures eran
entre los indígenas del Orinoco «…los más
racionales (...) su color mixturado, morenos y
blancos (...) el pelo ellos y ellas tejidos en clinejas, los
hombres con calzón y camisa, y las mujeres fustán
terciado, hablan unos y otros el castellano claro y
ellas muy afectas a los españoles…» Los guamos:
localizados también en los alrededores de Cabruta, son
conocidos por las deformaciones corporales que se
practicaban, por sus laboriosas artesanías de algodón y
por fiestas que hacían de ellos «…juglares bailarines
(...) desnudos de rubor y vergüenza de cuantos hemos visto
desde las bocas del Orinoco hasta éstas de Apure». Los
otomacos: eran vecinos de los guamos, se casaban con ellos y
entre sus rasgos etnográficos
destacaban el llanto ritual en honor a los difuntos y
el juego de pelota. Los otomacos, «…quinta esencia de la
misma barbaridad, barbarísimos entre todos los bárbaros de Orinoco (...) de un valor brutal y temerario: salían a
pelear con los caribes a campaña rasa, y jamás
volvieron pie atrás
hasta que los aterraron las armas de fuego; antes de
la batalla se excitaban y enfurecían cada uno contra sí
mismo, hiriéndose con puntas de hueso el cuerpo», para
luego decir: «cuenta que si no eres valiente, te han de
comer los caribes». En Venezuela, los maipures, guamos y
otomacos, al igual que los sálivas,
se han extinguido. Los guahíbos, cuya lengua según
Gilij era semejante a la de sus vecinos chiricoas, estaban
localizados en los márgenes
del Meta: «…bien musculados de talla abultada
(...) el carácter de
estos indígenas es guerrero y sanguinario (...) prefieren
la vida errante (...) y no cultivan la tierra». Guahíbos y
chiricoas eran grupos que practicaban el nomadismo y la
recolección de alimentos. Los yaruros, localizados también
en las márgenes del
Meta, fueron conocidos como apáticos,
sociables y hospitalarios, pero además
«…esta nación (...) gusta de la vida sedentaria,
y se aplica a las artes, su industria se halla ceñida a
algunos tejidos de esteros y hamacas (...) fabrican flechas,
y canjean estos artículos con las tribus inmediatas. Las
personas adultas de ambos sexos usan del colorido, y se
pintan de encarnado y negro (...) su talla es corpulenta y
bien constitucionada (...) en suma estos indios son
guerreros y valientes, sin ser sanguinarios…» Los guaraúnos:
tenían viviendas palafíticas en los márgenes
de los caños del delta del Orinoco y explotaban la
palma del moriche (Mauritia flexuosa), que era fundamento de
la subsistencia: «…todo su vivir, comer, vestir a su
modo, pan, vianda, casas, aperos de ellas y todo los
menesteres para sus piraguas y pesquerías (...) sale de las
palmas que Dios les ha dado en aquellas islas, con una
abundancia increíble de ellas; que llaman en su lengua
murichi». Otros grupos aborígenes de la cuenca del Orinoco
que igualmente Gumilla describe, fueron los achaguas,
anabalis, atabacas, betoyes, guaybas, guayquiris, jiraras,
mapoyes y tunebos.
En
lo que respecta a las poblaciones aborígenes del occidente
de Venezuela los grupos más
importantes fueron los motilones, los guajiros y los
caquetíos. Los motilones, de los valles de Machiques, del río
Catatumbo, y de la sierra de Perijá,
realizaban continuas invasiones en los siglos XVII y
XVIII a los asentamientos españoles de las costas del lago
de Maracaibo y aterrorizaban a la población perturbando las
labores agrícolas en las fértiles haciendas de cacao
situadas en las riberas de los ríos. Sometidos a las
misiones capuchinas en el siglo XVIII fueron descritos por
fray Andrés de los Arcos como una «…nación fiera e
implacable contra los españoles, que lo mismo es verles que
disparar contra ellos una infinidad de flechas». Los
guajiros: fueron descritos por fray Pedro Simón como «gente
desnuda del todo, hasta las partes de la honestidad, que
también traían descubiertas hombres y mujeres,
salteadores, vagabundos (...) pues siempre andan a noche y
mesón, estando 4 días debaxo de un
árbol y 2 a la sombra de otro, y desta suerte pasan
su vida, tan holgazanes que no cultivan tierras, ni les
siembran cosa alguna, por bastarles para su sustento los
frutos de los árboles
(...) desde Bahía Honda y El Portete, hasta el Cabo de la
Vela y de éste hasta el río de La Hacha, que son 12
leguas, es toda tierra despoblada y sin agua; y algunos
indios que en ella hay, que se llaman los goajiros, no
tienen casas ni sitios ciertos ni labranzas, se sustentan de
pesquerías y de la casa de venados y conejos». Entre los
aborígenes que habitaban las riberas del lago de Maracaibo,
los onotos fueron descritos por Juan Pérez de Tolosa como
«señores de la laguna y pescan con redes y anzuelos mucho
género de pescado (...) muy excelente, y lo venden en sus
mercados a los indios bubures (...) a trueque de maíz, y
otras cosas. Y de esta manera, los unos y los otros tienen
pescado y maíz. Estos indios onotos tienen sus casas dentro
de la misma laguna. Son hombres valientes, y pelean con
arcos y flechas y macanas». Otras poblaciones vecinas de
los onotos, según Juan Pacheco Maldonado fueron los
zaparos, aliles, ambaes, toas y quiriquires, indios «alzados,
que no se han podido reducir a servidumbre, ni a verdadera
paz, a costa de muchas vidas de españoles que ha costado el
dicho alzamiento, y [de] muchas haciendas que han consumido,
robándolas en la barra de esta laguna, en la cual impedían que no (se
pudiera entrar ni salir por ella) [sic]». Los caquetíos:
estaban localizados en la costa entre Coro y el lago de
Maracaibo: «Esta costa, a sotavento y barlovento, solía
estar poblada de indios de nación caquetíos, y tenían
pueblos medianos y mucha caza y pesca, y ropa de hamacas. Es
gente muy pulida y limpia, y muy amiga de los españoles
(...) sustentan a los españoles que residen en Coro, de
caza y pesca, porque son indios muy domésticos», según el
recuento de Juan Pérez de Tolosa. Por esa mansedumbre
característica, la extinción de estos indígenas fue una
de las más rápidas.
En
la cordillera andina había, para la época de la Conquista,
20 o más grupos
independientes de toponimia Mucu y en el valle del río
Chama estaban ubicados: los mucuchíes, mucurubaes,
mucujunes, mucaquetaes, mucarias, mucusiríes, mucutucúas,
mucumbaes, mucusquis, mucuunes, mucutíes, mucuñoques,
mucubaches, mucurandaes, tabayes, tateyes, escaqueyes,
chichuyes, guaques y jajíes. Chamas y giros con sus
respectivos subgrupos, estuvieron localizados en Mérida
mientras que en Trujillo predominaron los cuicas y los
timotes. Los indígenas andinos eran agricultores
sedentarios y fueron conocidos por la construcción de
andenes, terrazas y sistemas de riego para prevenir la erosión
en los campos de cultivo.
Las
evidencias etnohistóricas han demostrado que los aborígenes
prehispánicos mantuvieron
estrechas relaciones interétnicas gracias al comercio. Los
llanos de Barinas, Portuguesa, Cojedes y Apure fueron una
encrucijada estratégica entre la cordillera andina, la
costa caribe y la cuenca del Orinoco. Allí se produjeron
contactos culturales y comerciales en los que se utilizaba
como medio de canje monedas de conchas de caracoles de agua
dulce o quiripa. Estos intercambios tenían lugar a través
del establecimiento de redes comerciales, como fue el caso
de las playas de tortugas y el mercado de pescado del
Orinoco medio, las playas de tortugas del río Guaviare y el
mercado de curare del alto Orinoco.
A
partir de 1545, las poblaciones aborígenes fueron sometidas
al régimen de encomiendas y los caribes en particular,
fueron sujetos de cautiverio y esclavitud por real cédula
de agosto de 1503. Durante el siglo XVIII era frecuente que
los aborígenes huyeran de los conquistadores buscando la
protección de la selva y que la población decreciera,
entre otras causas, por las enfermedades, las guerras, los
maltratos o los servicios personales prestados en las
encomiendas.
Durante
la Independencia, la población aborigen que sobrevivió al
mestizaje y a la destrucción cultural permaneció en su
mayor parte en las regiones selváticas
del país, al margen de los principales
acontecimientos históricos que condujeron a la emancipación.
En 1815, Simón Bolívar, al afirmar la nacionalidad y el
destino de la patria, en la Carta de Jamaica, reconoció que
para ese entonces la población venezolana ya no era ni indígena
ni europea sino fundamentalmente americana: «…mas
nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro
tiempo fue, y por otra parte no somos indios ni europeos,
sino una especie media entre los legítimos propietarios del
país y los usurpadores españoles». En una sociedad
colonial en la que predominaba una élite criolla que tomaba
en cuenta la «limpieza de sangre» y el color de la piel,
los negros esclavos ocupaban la posición más
baja en la jerarquía social y fueron ellos y no los
indígenas quienes, llamados a combatir, dejaron el trabajo
esclavo en las haciendas para formar filas en el ejército
patriota.
Durante
el siglo XIX, las poblaciones aborígenes, aisladas del
resto del país, fueron visitadas por viajeros naturalistas,
tales como Humboldt, Michelena y Rojas, Codazzi o
Schomburgk, entre otros, quienes dejaron registros en sus
informes de las costumbres que encontraban a su paso. Desde
el comienzo del siglo XX y hasta 1950, un grupo de
precursores de los estudios antropológicos modernos se
dedicó a revisar, compilar e interpretar, según las
orientaciones evolucionistas y positivistas, el conocimiento
que existía sobre las poblaciones aborígenes en crónicas
y obras dispersas escritas hasta ese momento. Arístides
Rojas se refirió a los caribes; Gaspar Marcano hizo una
reconstrucción cultural de los indígenas de los valles de
Aragua y Caracas, de los guahíbos, de los guajiros y de los
timotes y cuicas; Lisandro Alvarado presentó una compilación
para la mayor parte de los grupos indígenas, en cuanto a la
cultura material, la organización social y política y los
rituales religiosos; Julio César Salas y Tulio Febres
Cordero describieron a los aborígenes andinos, Theodor
Koch-Grünberg a los indígenas del Orinoco y Vicenzo
Petrullo estudió exhaustivamente a los yaruros. Estos
trabajos, junto a la obra de Alfredo Jahn, Tulio López Ramírez,
Gilberto Antolínez y Walter Dupouy, sirvieron de
antecedente a los estudios, que basados en trabajos de campo
y en las orientaciones teóricas y metodológicas de la
antropología moderna, fueron ejecutados a partir de 1950
por profesionales de esta disciplina. El censo indígena de
1992 estimó la población aborigen en 315.815 individuos
(1,5% de la población total del país). En lo que se
refiere a su distribución en el territorio, las mayores
proporciones están localizadas
en Zulia (63%), Amazonas (12%), Bolívar (11,2%) y Delta
Amacuro (6,6%). De un total de 28 grupos indígenas ubicados
en el territorio nacional, los mayores volúmenes de población
corresponden a los wayuu (guajiros) 53,7%; waraos (guaraúnos)
7,6; pemones, 6; añús (paraujanos) 5,5; yanomamis, 4,7;
guajibos, 3,6 y piaroas, 3,6%. Estas etnias agrupan el 84,4%
del total de la población indígena del país y de ese
total, un 48% está ubicado
en áreas
urbanas. Durante los últimos 30 años, a raíz de los
profundos cambios económicos y sociales ocurridos en el país
con la transformación económica y la consecuente expansión
urbana provocada por las migraciones internas los procesos
de aculturación han sido más intensos entre los indígenas. Asimismo, el mestizaje, cuyas
raíces históricas se remontan a la conquista, ha
contribuido a acelerar aún más
en el presente la pérdida del modo de vida
tradicional de los grupos todavía existentes.
La
población aborigen actual está distribuida en 4 familias lingüísticas: caribe: akawaio,
mapoyo, yabarana, yekuana, eñepa (panare), pemón, kariña
y yukpa; arawak: aruaco, wayuu (guajiro), añú (paraujano)
y los arawak del río Negro (curripaco, guarekena, baré,
piapoco y baniva). Independientes: guahíbo, warao (guaraúno),
cuiva, yanomami, hoti y yaruro; y chibcha: barí.
Lengua
caribe: Los akawaios: son apenas unos 800 individuos
llegados a Venezuela del Esequibo, a raíz de la rebelión
de Rupununi en 1969 y actualmente están
ubicados en San Martín de Turumbán,
frente a Anacoco y en caseríos dispersos a lo largo
del eje carretero El Dorado-Santa Elena de Uairén.
Sumamente aculturados, los akawaio han desarrollado cultivos
comerciales con formas de organización introducidas por el
Estado.
Los
mapoyos: son un grupo muy reducido y también muy
aculturado, que no llega a 200 individuos. Localizados en
las cercanías de los panares, en un caserío ubicado en las
sabanas entre los ríos Caripo y Villacoa en el distrito
Cedeño del estado Bolívar, estos indígenas han tenido en
lo que va de siglo una brusca aculturación a raíz del
establecimiento en la zona de empresas extractivas de
sarrapia, balatá y
chicle. Los mapoyos hablan castellano, y sus cosechas de
arroz, maíz, yuca, caraota, ñame y batata son comerciales.
Los yabaranas: localizados en las cercanías de San Juan de
Manapiare en el estado Amazonas, conforman un grupo de unos
300 individuos en vías de extinción.
Los
yekuanas (maquiritares): localizados en las riberas de los ríos
Caura y Paragua y sus afluentes, en el estado Bolívar, y en
las márgenes del
Ventuari, Cunucunuma, Padamo y Cuntinamo y sus afluentes, en
el estado Amazonas, con un total de población que en 1974
no llegaba a los 4.500 individuos. Maquiritare es una
designación de los misioneros, mientras que yekuana es una
autodenominación que expresa un origen común; estos indígenas
creen que sus antepasados provenían de un cerro de los
alrededores que tenía ese mismo nombre. Los pueblos de las
cabeceras de los ríos han estado más
alejados del contacto con la población criolla que
los pueblos ribereños. La economía combina la recolección
de especies comestibles, la horticultura, la caza y la pesca
siendo además artesanos
de una cestería de gran valor estético. El pueblo es una
unidad política que reúne unas 60 personas bajo el control
de un jefe con un liderazgo que «…es legítimo pero
carente de coerción». En otras palabras, el jefe no puede
cumplir su voluntad si encuentra oposición entre los
pobladores. Su sabiduría consiste en dar el ejemplo y
persuadir a los demás
para lograr decisiones equilibradas en beneficio del
bien común y de la armonía. En la sociedad yekuana las
divergencias y conflictos son superados mediante estrategias
definidas, tales como poner a circular rumores o chismes;
efectuar monólogos en los que el agraviado, de madrugada y
cuando sus familiares permanecen en sus hamacas, expone en
voz alta sus quejas para que todos le escuchen o, en casos
extremos, recurrir al aislamiento temporal emprendiendo
viajes imprevistos a buscar alimentos. En la actualidad y a
raíz del contacto, han surgido entre estos indígenas
grupos evangélicos y católicos.
Los
eñepas (panares): están
localizados al S de Caicara del Orinoco en un área de 18.000 km2 entre los ríos Cuchivero y Suapure en el
estado Bolívar; la población, dispersa entre los
asentamientos criollos de la zona, alcanza unos 3.000
individuos. Estos indígenas son agricultores de tala y
quema, pescan, cazan y recolectan frutos silvestres, y
mantienen con los criollos desde comienzos de siglo
relaciones comerciales muy estrechas. La fabricación de
cestos, realizada por los hombres, es la actividad comercial
por excelencia. Los ingresos que de ella derivan les ha
permitido adquirir productos industriales, sin alterar sus
formas de organización económica tradicional. Al
incrementarse la demanda de esta artesanía las técnicas de
elaboración se diversificaron y los motivos decorativos
aumentaron su riqueza estilística. La cestería representa
así, para estos indígenas, el principal vehículo para
establecer sus relaciones sociales y comerciales con las
poblaciones criollas de los alrededores.
Los
pemones: localizados en la región SE del estado Bolívar en
la Gran Sabana, abarcan aproximadamente 20.000 individuos.
Desde 1930 los capuchinos han adelantado entre ellos un
programa misional muy intenso y han fundado 4 centros de
importancia: Santa Elena (1931), Kavanayén (1942), Kamarata
(1945) y Uonkén (1959). A la influencia del catolicismo se
suma la influencia protestante en el S de su territorio, y
con ella, la formación de comunidades pemón típicamente
adventistas que difieren radicalmente del resto de la
población. Entre los pemones han surgido movimientos
religiosos tales como el Aleluya, el Chochimuh y el San
Miguel, los cuales han dado origen a un sincretismo en el
que se combinan elementos éticos, espirituales, cosmológicos
y prácticas rituales
de la cultura pemón y de las nuevas religiones. No obstante
los cambios ocurridos a raíz de los programas misionales,
el parentesco y las relaciones comerciales siguen siendo
entre los pemones fuentes de integración social.
Los
kariñas: localizados en los llanos orientales en la zona
central, tienen una población que alcanza los 11.000
individuos. A raíz de la explotación petrolera y la
extracción del hierro, estos indígenas han sobrevivido a
uno de los más drásticos
procesos de cambio sociocultural, ocurridos entre las
sociedades aborígenes venezolanas en lo que va de este
siglo. Los yukpas: conocidos en la literatura como los «motilones
mansos», abarcan unos 4.000 individuos y habitan en la
sierra de Perijá, en
el estado Zulia. Integrados
por los subgrupos irapa, japreria, macoíta, parirí, shaporú,
viaski, wasana y el pueblo de la misión del Tukuko, este es
el grupo caribe localizado más
al O del país, por lo que se supone que sus
antepasados migraron desde el Amazonas al hábitat
actual. Los subgrupos, integrados por familias
extensas, forman unidades políticas independientes
presididas por un jefe. Los hombres son excelentes artesanos
de cestos y cerámicas
y las mujeres hilan y tejen el algodón en telares
verticales. La economía de los yukpas está
basada en el «cultivo rotativo» según el cual,
alternan períodos cortos de cultivo con largos períodos de
descanso en los que la tierra permanece en barbecho. Los
cultivos de cambur, yuca, maíz, ocumo, caraotas y legumbres
son realizados de acuerdo con un ciclo que cubre las fases
de selección del conuco, tala, quema, cosecha y terreno
baldío. La agricultura, fundamento de la subsistencia, es
practicada conjuntamente con la caza, la pesca y la
recolección de plantas silvestres.
Lengua
arawaka: En lo que se refiere a los grupos de lengua arawak,
todavía sobrevive un pequeño grupo de aruacos, localizados
en la frontera con Guyana conocidos como los jokonos en el
Delta Amacuro; estos indígenas, cuyo número no llega al
centenar de individuos, se encuentran sumamente aculturados.
Además de
hablar el castellano, conocen algún vocabulario de inglés
y se han integrado lingüística y culturalmente a sus
vecinos los waraos.
Los
wayuu (guajiros): localizados entre Paraguaipoa y
Castilletes en la estrecha franja que corresponde a
Venezuela en la península del mismo nombre, tienen una
población cercana a los 170.000 individuos. Los guajiros se
autodenominan wayuu y designan como kusina a otros grupos
indígenas de los alrededores (motilón, yucpa) y usan el término
alijuna para referirse a cualquier otra persona que no sea
ni guajiro, ni indio. Wayuu quiere decir «persona» o «gente».
Los guajiros están organizados
socialmente en grupos exogámicos de descendencia matrilineal (linajes y clanes), llamados por
la población criolla «castas». Existen en la actualidad
25 clanes, cada uno de los cuales tiene un ancestro animal
común. Estas unidades de parentesco no son iguales entre sí,
puesto que unas tienen, como es el caso de los clanes del
tigre o del perro, mayor preponderancia económica y social
que las demás. Se
pertenece a estas unidades de parentesco por nacimiento. El
guajiro no ha escapado tampoco a la transformación urbana y
la tradición cultural de aquellos que han estado expuestos
a la influencia de las ciudades ha recibido profundos
cambios que cada día les integran más
y más a
sus vecinos, los alijunas de Maracaibo. Las mujeres guajiras
han tenido una posición preponderante en su contexto
social, en razón del criterio de descendencia matrilineal
que rige el parentesco, y de la norma de matrimonio
matrilocal o uxorilocal, según la cual el esposo viene a
residir en la casa de la esposa o en las cercanías de la
suegra. Es necesario notar que los mitos y cuentos guajiros,
de una gran riqueza, se refieren al camino que sigue a la
muerte, evocan la sexualidad, la adolescencia y las
frustraciones de una realidad social, en la que también
existen fantasmas.
Los
añús (paraujanos): cercanos a los 17.000 individuos,
habitan viviendas palafíticas en la laguna de Sinamaica, al
NO de Maracaibo, en el estado Zulia; hablan el castellano,
se han casado con los criollos y no se distinguen de las
poblaciones vecinas.
Los
arawak: localizados en el estado Amazonas, están
integrados por los kurripakos, ubicados en las
riberas de los ríos Isana y Guainía y sus tributarios.
Estos indígenas constituyen un subgrupo dialectal de los
wakuénai. Sumamente apegados a sus ritos, poseen un sistema
de expresión musical en el que los símbolos son códigos
para interpretar la conducta social. La cosmología, las
curaciones de enfermos, la conceptualización de lo crudo y
lo cocido, el mundo espiritual, el intercambio ceremonial de
comida entre grupos, persisten en el presente a pesar de la
traducción al kurripako del Nuevo Testamento por los
misioneros protestantes, y a pesar de todos los agentes de
cambio sociocultural que existen en la zona. Los guarekenas,
localizados en el Casiquiare en la población Guzmán
Blanco, en el río Guainía, estado Amazonas, no
pasan de 150 individuos. Anteriormente ocuparon
asentamientos densamente poblados en el caño San Miguel o
Itinivini, tributario del río Negro, pero de estos poblados
hoy sólo quedan huellas y una abundante toponimia que en
guarekena designa sitios, vueltas del río, lajas, flora y
accidentes topográficos.
Los guarekenas son plurilingües: hablan castellano,
portugués y otras lenguas arawak de los grupos vecinos.
Además, poseen
un pensamiento mítico caracterizado por la presencia de un
movimiento circular entre los puntos cardinales, el cual se
pone de manifiesto en la práctica
ritual. Los barés: sumamente aculturados, alcanzan
un millar de individuos localizados en su mayor parte en
Santa Rosa de Amanadona, un pequeño pueblo a orillas del río
Negro, en el estado Amazonas. La lengua baré conocida todavía
por un reducido grupo de indígenas, se encuentra en vías
de extinción. Los piapocos, cercanos también al millar de
individuos y en vías de desaparición, están
a unos 30 km al S de Puerto Ayacucho; en territorio
colombiano persisten todavía algunos núcleos de esta
población. Los piapocos tienen conucos para la
subsistencia, visten ropas adquiridas a los comerciantes
criollos y hablan castellano. Forman familias extensas,
practican la poligamia y la residencia postmatrimonial es
patrilocal. Los banivas alcanzan igualmente el millar de
individuos y, localizados en el pueblo de Maroa y en el alto
Isana, se han integrado a la población criolla.
Independientes:
En lo que se refiere a los grupos independientes, los guahíbos
están repartidos
entre los llanos de Apure, los llanos orientales de
Colombia, el valle del Manapiare y las riberas del Orinoco
entre Santa Rosa y la desembocadura del Meta. Los guahíbos
tienen una población aproximada de 11.500 individuos, los
cuales son sobrevivientes de poblaciones aborígenes que en
los llanos mantenían importantes redes comerciales. Estos
indígenas se han adaptado al hábitat
llanero de acuerdo con 3 estrategias de subsistencia:
la caza y la recolección en las zonas interfluviales, el
cultivo estacional en los ríos tributarios y los cultivos cíclicos
en las riberas de los ríos Meta y Orinoco. Organizados en
bandas locales de cazadores y recolectores, estos grupos
llegan a tener entre 20 y 50 individuos cuando son nómadas
y seminómadas, y pueden pasar de 100 cuando son
agricultores sedentarios. La banda local es un grupo basado
en nexos de parentesco y en relaciones sociales informales y
flexibles, presidido por un jefe que bien puede ser el más
anciano o el más
capaz del grupo. Las bandas locales se forman
alrededor de un núcleo básico de parientes al cual se van agregando otras familias
emparentadas por nexos consanguíneos o de matrimonio. La
descendencia en estos grupos de parientes es bilateral
puesto que se toma en cuenta tanto la línea materna como la
paterna. Varias bandas locales integran bandas regionales
las cuales, circunscritas en un territorio específico,
aumentan el contexto de las relaciones sociales. Gracias a
esta modalidad de organización social tan particular,
pudieron sobrevivir hasta el presente. Los waraos (guaraúnos),
cuya población ha sido estimada en 24.000 individuos,
ocupan en el delta del Orinoco la zona intermedia de baja
salinidad y la franja costera. Pescadores y recolectores,
los waraos en la actualidad habitan todavía viviendas palafíticas
en las márgenes de
los ríos. La organización económica, basada
tradicionalmente en la recolección de los productos del
árbol del moriche, pudo adaptarse a los cultivos
recientes de ocumo chino (Colocasia antiquorum) para la
subsistencia y de arroz para la comercialización, pero no
pudo soportar sin disgregarse la introducción del trabajo
asalariado y de los créditos agrícolas. Ambos factores al
individualizar el trabajo del warao, no sólo debilitaron
los vínculos de solidaridad y ayuda mutua que basados en el
parentesco, eran fundamento de la cohesión social y económica
de la familia extensa, sino que afectaron también la
jerarquía tradicional entre jefes y trabajadores, las
creencias mágico-religiosas
y la importancia social de los curanderos. Los
yaruros, localizados en un número aproximado de 5.000
individuos en los llanos del Apure en las márgenes
de los ríos Capanaparo y Sinaruco, se autodenominan
pumé (seres humanos). Nómadas, cazadores, pescadores y
recolectores, la rusticidad de los yaruros contrasta con la
riqueza de sus recuentos míticos y con la profundidad
religiosa de sus creencias cosmológicas. No obstante, los
cantos ceremoniales han comenzado a extinguirse y con ellos
el mundo de los chamanes mediante el cual habían podido
hasta ahora enfrentarse a la muerte y a las enfermedades.
Los hotis, cuya población no llega a los 700 individuos,
están localizados
en el río Kaima y en los caños Majagua e Iguana en la
serranía de Maigualida en la zona limítrofe de los estados
Bolívar y Amazonas. La subsistencia de estos indígenas está
basada en el cultivo de conucos en los que siembran
plátano y maíz,
en la cacería de animales pequeños, y sobre todo, en la
recolección de «miel, larvas, frutas de palma y cangrejos».
Organizados en bandas locales, la familia nuclear es «la
unidad económica básica».
Las mayores presiones aculturativas que en el
presente perciben los hotis, provienen de las misiones
protestantes establecidas en la zona desde hace más
de una década. Los yanomamis, cuya población ha
sido estimada en unos 15.000 individuos, están
localizados en los ríos Mavaca, Manaviche, Orinoco,
Ocamo y en el alto Siapa y alto Matacuni en el estado
Amazonas. Este es uno de los grupos aborígenes venezolanos
que ha permanecido más
aislado de las presiones aculturativas que ejerce la
sociedad nacional. Hasta hace apenas unos 50 años, los
yanomamis utilizaban hachas de piedra para desbrozar los
conucos y sus cultivos de tala y quema tenían una
importancia fundamental en la economía. Los nexos de
parentesco aún tienen particular relevancia. Así, la
comunidad de los parientes es indispensable para ellos,
hablan continuamente de su familia, de lo que hacen o dejan
de hacer, cada pariente resulta insustituible en este marco
de relaciones. Los conflictos entre los grupos locales son
violentos porque se producen entre parientes tan ligados
entre sí, que no puede haber entre ellos sentimientos
neutros: o son solidarios en la amistad o tienen conflictos
matizados por el odio. Los yanomamis tienen además una sabiduría que se vuelca en los mitos. Los chamanes
conocen largos repertorios míticos que relatan en forma
dramática, bajo
el efecto de alucinógenos y con la influencia que ejercen
sobre ellos, los espíritus animales, vegetales o naturales
llamados hekura. Los piaroas, localizados en el Orinoco
medio y sus tributarios, también en el Sipapo y en los márgenes del Ventuari, tienen una población estimada en 11.500
individuos. Estos indígenas poseen entre 12 y 15 unidades
políticas o territorios, cada uno de los cuales está
integrado por unos 5 o 6 grupos locales separados por
senderos en la selva que son recorridos por jornadas a pie
que duran hasta medio día. El grupo local o unidad
residencial, alcanza unos 50 individuos en una gran vivienda
de forma cónica, conocida comúnmente como la «churuata».
Este grupo local, integrado por familias emparentadas,
desempeña en la sociedad piaroa, diversas funciones puesto
que constituye no sólo una unidad de parentesco, sino también
una unidad económica, política y ceremonial. Los conucos,
distribuidos alrededor de la vivienda comunal y principal
fuente de subsistencia son sujetos de derecho de propiedad
individual. La caza, la pesca y la recolección de alimentos
como un complemento, varían con las estaciones a lo largo
del año. El intercambio matrimonial es la institución más
importante en el logro de la cohesión social y la
perpetuación del grupo.
Lengua
chibcha: Los barís, localizados en la sierra de Perijá,
en el estado Zulia en la frontera colombo-venezolana,
son conocidos también como los motilones «bravos»; la
designación de motilón aparece por primera vez en fuentes
históricas del siglo XVIII y tiene por significado «cortarse
el pelo» en clara alusión a la costumbre de estos indígenas
de llevar el cabello muy corto. Los barís han sido objeto
de un largo proceso de contacto y pacificación desde que la
zona fue colonizada entre 1529 y 1622. Las primeras
referencias a los motilones datan de esa época. La
pacificación tuvo lugar entre 1772 y 1818 y, con la
explotación petrolera, entre 1913 y 1960. En la actualidad,
la población barí alcanza unos 1.500 individuos. La
vivienda, centro de la vida social, es el resultado de una
laboriosa construcción en la que se compromete el trabajo
colectivo de los hombres. La disposición de las puertas de
acceso y la distribución del espacio entre hamacas, los
fogones y utensilios, reflejan los fundamentos de la
organización social. El jefe de la vivienda barí ha sido
el intermediario en las relaciones extraétnicas con
misioneros y visitantes. Los conucos, en los que siembran
yuca, cambures, papas, piñas, aguacates y caña de azúcar
para la subsistencia, operan de acuerdo con ciclos de
cultivo y están localizados alrededor de las viviendas colectivas. La
cosmovisión de estos indígenas en la que destacan el
origen del universo y de todo lo que los rodea, es expresada
en sus recuentos míticos. El ritual, por su parte, tiene
gran importancia en la vida social, puesto que la mayor
parte de los acontecimientos diarios tales como matrimonios,
el fin de la construcción de las viviendas, la pesca, la
cacería, la fabricación de hamacas y guayucos, o la
fabricación de flechas, son realizados efectuando cantos
rituales para la ocasión. Además
de los aborígenes descritos, existen 2 grupos de
filiación lingüística desconocida en el alto Paragua del
estado Bolívar: los arutanis y los sapés. Asimismo, todavía
existen en la isla de Margarita, en los alrededores de
Porlamar, vestigios étnicos de poblaciones guaiqueríes.
Ahora bien, en lo que se refiere a las relaciones entre los
indígenas y la sociedad venezolana, el artículo 77 de la
Constitución señala que «…la ley establecerá
el régimen de excepción que requiere la protección
de las comunidades indígenas y su incorporación progresiva
a la vida de la Nación…»
Es
por tanto, responsabilidad del Estado velar por la protección
de las poblaciones aborígenes con miras a su integración.
El proceso de aculturación ha transformado a las
comunidades aborígenes en poblaciones rurales y urbanas, y
los cambios socioculturales han sido de tal magnitud, que
pareciera que la desaparición étnica y cultural es
inevitable. Los aborígenes pertenecen a una historia que se
remonta a 15.000 años a. C. y como están
localizados en regiones fronterizas de gran valor
estratégico en términos de seguridad y defensa, o en núcleos
urbanos y rurales donde se encuentran en pleno proceso de «criollización»,
es indudable que, ahora más
que nunca, la intervención del Estado, de acuerdo
con el mandato constitucional que así lo establece, deberá
abocarse en los próximos años a lograr una síntesis
armoniosa y profundamente humana entre el deber de proteger
y el deber de integrar
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